lunes, 3 de marzo de 2008

Cabañas Rechaza la Pension Vitalicia

Una carta de cabañas
NOBLE RASGO




San Salvador; junio 30 de 1851




Señor Ministro General del Supremo Gobierno del Estado de Honduras.

Tuve la satisfacción de recibir la muy estimable nota de U. de 5 del que expira, en que se sirve insertar el decreto que el 31 del próximo pasado mayo se digno emitir el Cuerpo Legislativo, concediéndome durante mi vida el sueldo correspondiente a mi grado, y la mitad a mi viuda, madre o hijos legítimos, si los hubiese en el fallecimientos.
Al imponerme de ese rango de distinción y generosidad con que me han honrado y favorecido las Cámaras, me he sentido penetrado de la más viva gratitud, e influido por ella y por el vehemente deseo de dar testimonio del alto aprecio con que veo las decisiones de los dignos representantes del pueblo, aceptaría sin vacilar aquella gracia; pero me determina a renunciarla las consideraciones siguientes. En primer lugar: todos los ciudadanos tenemos la estrecha obligación de ser útiles a la patria, y defenderla cuando se ve amenazada de algún peligro: y, cuando hemos tenido ocasiones de prestarle algún servicio señalado no hemos hecho más que llenar nuestro deber. Si mis constantes esfuerzos en defender las instituciones democráticas, la libertas e independencia de mi país, han podido llamar la atención de mis conciudadanos, ellos por el órgano de sus apoderados me han dado ya el más lisonjero galardón en el decreto de 11 mayo, que me condecora con el titulo de soldado de la patria; declarando que es un premio más que suficiente por los servicios que yo haya prestado, y que deja mi ambición superabundantemente satisfecha, no siendo después de eso dable que acepte una pensión. También me impulsa a renunciarla la idea de que los enemigos del orden que siempre están en acecho de cuantos pasos dan los defensores de los derechos populares, para desvirtuarlos, no dejarían de levantar el grito, ya inculpando a las cámaras por su benevolencia hacia mi, ya calumniando mis intenciones, interpretando mis acciones siniestramente, como hijos de miras interesadas en que el egoísmo calculista hubiera cifrado su futuro bienestar. No olvido tampoco el estado deficiente en que se haya el erario publico; y yo, que desearía tener cuantiosas riquezas que suministrarle, a fin de que cubriese tantas y tan importantes atenciones a que no es posible acudir por falta de medios, ¿Cómo había de querer aumentar sus apuros gravándolo con aceptar una pensión?.

Asi es que la renuncio formalmente, Sírvase U., señor Ministro, elevar estas rúpidas indicaciones al conocimiento de señor Presidente, suplicándole se digne, en su oportunidad, transmitirlas a las Cámaras, significándoles mi eterno reconocimiento por las inequívocas muestras de estimación con que me han honrado.

Con sentimiento de la mayor consideración, me suscribo de U. muy atenta servidor.


Trinidad Cabañas

Memorias de Froylan Turcios




MEMORIAS DE FROYLAN TURCIOS

Año duro y difícil fue para mí el de 1910. Señalado como enemigo acérrimo del gobierno, en todo negocio en que intervine me hizo fracasar la hostilidad presidencial. Serían incontables las demostraciones de animadversión de que fui objeto.

Articulo tomado de este libro en el numero 150

Por una cuenta de papel de periódico debía trescientos pesos a don Nicolás Cornelsen. Abrumado por sus incesantes cobranzas, le expliqué mi situación, solicitándole me concediera dos meses para cancelar dicha suma. Accedió a ello. Considerábame, por el momento, libre de esa inquietud cuando, tres días después, me entregaron en la calle una nota de aquel señor, apremiándome para el pago inmediato de mi deuda. Amargado por un proceder tan ruin y deseando a todo trance concluir con las exigencias de mi agresivo acreedor, entré en la tienda de UHLER en busca de don César Clámer. Estaba trabajando en su escritorio. Le abordé, explicándole el caso.

-Nunca antes he pedido dinero prestado -le dije.

No me dejó terminar. Con gesto afectuoso, tirando de una gaveta, mostróme un rollo de billetes de cien pesos.

-Tome los que guste. Y créame que tengo un vivo placer en servirle.

-Son esos trescientos pesos los que necesito.

Me los entregó, añadiendo:

-Recurra a mí si se ve en otro apuro.

Al poner, minutos después, en manos de Cornelsen aquellos billetes, le referí cómo los obtuve, comparando su sordidez con la caballerosa generosidad de su compatriota.

Cancelé materialmente el oportuno préstamo. Pero le estoy siempre agradecido a don César por la forma delicada con que procedió al hacérmelo.

Quede aquí su nombre unido a este recuerdo.